Aproximaciones al retrato
Toda aproximación implica una distancia, en el sentido de la adopción de un punto de vista. Y Silvina Resnik decide abordar el género del retrato con cierto desapego estratégico, lo cual aporta a sus figuras un anonimato esencial, como si la artista dotara de escasos rasgos de individuación a esos rostros y cuerpos de jóvenes y niños, apenas bosquejados, en una identificación que se hace sólo aparentemente explícita en la literalidad del nombre en tanto título; los protagonistas parecen más cómodos – y paradojalmente más reveladores – cuanto menos se los "moleste" adjudicándose les un protagonismo excesivo. Resnik es la intérprete en clave baja del retablo hogareño, de una domesticidad o, mejor dicho, de una cotidianeidad domesticada, donde la singularidad y, porqué no, el misterio se percibe en lo que nunca llama demasiado la atención, en lo taciturno, incluso en lo presuntamente inexpresivo.
La vocación de Resnik es la de mantenerse próxima a sus retratados, aunque tratándolos con una suerte de indiferenciación programática, dejando entrever no obstante la intensidad de su mirada para encontrar el punto justo de esas poses anti-manieristas, desganadas de impostación artística.
Deudora de resonancias que llevan a Vuillard, Seurat o Matisse, Resnik apela a recursos cercanos al croquis para construir, en sensible geometría, la somera aparición de sus personajes; la cualidad neta del trazo no le hace perder calidez ni sutileza para captar, o inventar, en ellos, vistos de una vez y en ese particular momento, lo mínimo indispensable, para dedicarse luego, con morosidad, a elaborar los intermezzos tonales y los contrapuntos de semipenumbra ,luz y sombra, que modelan climáticamente el ambiente y suman carácter al motivo principal. El disimulado lirismo del dibujo de Resnik conversa con su objeto refugiado en si mismo, desmotivado de cualquier altisonancia.
Eduardo Stupia,
Buenos Aires, agosto 2008
Alguna realidad
La temática integradora es el espacio público. Escenas que transcurren en un parque, pasajeros de trenes subterráneos –concretamente tomadas de usuarios de la línea D-, y también un grupo de chicos jugando en la vereda.
Es difícil establecer si es prioritario para Resnik encontrar un tópico que dispare las imágenes, o simplemente se trata de excusas para el regodeo de dibujar y pintar, para acceder a justificar la representación.
Las delicadas pinturas que presenta Silvina reproducen escenas que ha elegido y que han sido cuidadosamente estudiadas, fotografiadas y seleccionadas entre muchas. Su investigación anticipada de los elementos y la caza de imágenes que realiza como estudio previo se acercan más a una performance que a la recolección de elementos aptos para un boceto, aunque esas acciones queden luego relegadas sólo al terreno de la investigación y no se constituyan en parte integrante del cuerpo de obras a exhibir.
Toda esa búsqueda resulta poco frecuente sobre todo cuando concluye muchas veces sólo en un detalle, o en la sucesión de una serie de particularidades. Su aproximación es entonces, a través de numerosas miradas, por medio de un acercamiento que rodea la escena a reproducir desde numerosos ángulos como modalidad de estudio previo.
La atmósfera que logran sus pinturas es muy inquietante. Las texturas desencadenan un atractivo particular. Hay elementos poco definidos, que se asoman, y definen parte del clima imperante en las composiciones. Muy equilibrados, sus trabajos transmiten armonía y afectividad. Apenas bosquejados, no aparecen líneas identificables en los rostros, ni en las cosas; sólo el rastro sutil de los trazos, deliberadamente detenidos, justo un instante antes de que todo se manifieste a pleno, identificable.
En una deliberada sintonía con los semitonos, con persistencia en las acertadas elecciones de trazo y de color, Resnik se aproxima a una pintura que la identifica, cuya fuerza radica precisamente, en su serena intensidad.
Patricia Rizzo
Buenos Aires, septiembre, 2010
Parque Saavedra Instantáneas
Puede afirmarse que la intimidad sigue siendo el tema recurrente de Silvina Resnik, aunque en ella el término debe entenderse en la acepción más anímica, espiritual si se quiere, y no tanto como correlato de la privacidad. Por eso, estas figuras que ahora ubica en un espacio público, esa escenografía del tiempo libre que es el parque en el trazado urbano, están ahí, en plein air, sin que hayan asumido en sus actitudes y acciones una pose demasiado diferente a aquella que les sería propia en el cobijo de un interior. Es como si la amplitud y la expansión espaciales, la luminosidad atmosférica, la cálida intemperie hedonista, no impusieran necesariamente una mayor vitalidad explícita a esos personajes; se los ve recogidos, con una economía energética análoga a una economía pictórica que, al bosquejarlos apenas, sin ninguna vocación de aportarles identidad, les da, paradójicamente, una fuerte carga de individuación.
Incluso aquellas situaciones típicas de plazas, parques y jardines – el señor que pasea el perro, los chicos de picnic – parecen aquí apenas activas, doblegadas ante esta palpitante lasitud acompasada, como si un éter reflexivo impregnara la refulgente escena y pusiera todo en un tiempo aparte, no solo tópicamente aparte del trajín ciudadano, como quiere la mitología de los espacios verdes, sino también ajeno a toda ansiedad de representación, a toda aparatosidad narrativa.
En todo caso, la fiesta es la del acto de pintar, aunque invariablemente se trata de una exaltación bien temperada. El modo de pintar de Resnik es virtualmente un rito de pasaje; el movimiento de la pincelada logra nombrar las cosas sin detenerse en ellas. La imprescindible modulación cromática y volumétrica se nutre de la aceleración virtuosa del gesto en la ágil, vibrante sumatoria e interrelación de segmento, en el contrapunto de las grandes unidades de sutura óptica – a la manera del entretejido centimetral impresionista – que, por momentos, incluyen la audacia de imponer trazos de una extensión tan inaudita en cuanto a su relación con las dimensiones del lienzo que bordean la descomposición abstracta.
A la vez, detrás o al mando de este dinamismo constructivo, el pintor se ha detenido discretamente para prestar atención a quien esta allí y que, mas allá de la referencia, de la anécdota, se hace visible e invisible a la vez en ese instante en que ha sido descubierto, intacto e intensamente palpable, tan familiar como desconocido, observado desde un punto de vista perfecto, ni tan cerca ni tan lejos, sin molestarlo con una proximidad descriptiva que perturbe ese silencio narrativo personalizándolo, ni tampoco desapegándose de él como si se tratara meramente de un elemento más en la composición.
Es sobre una indefinible bisagra donde Resnik se mueve firme y amorosamente, con enorme naturalidad, entre ámbito físico e interioridad, entre connotación evidente y ensayo lírico, entre la decidida orquestación temperamental del color y la forma, y la retirada de toda impostación del cuadro a un estatuto más meditativo. La artista impone no sólo una lección de gran estilo, sino la noción de que pintar es saber como ubicarse frente al objeto que se pinta, lo cual equivale a decir que es examinar cómo ubicarse frente a la pintura
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Eduardo Stupia
Buenos Aires, septiembre 2009
Entrevero
Los dibujos que seleccioné para la presentación, responden a un título común, "Entrevero". Estos dibujos surgen a partir de ideas, pensamientos, imágenes y citas que se entrelazan o mezclan, dando pie a diferentes lecturas.
"Entrevero", surgió, por un lado, de mi interés por dibujar algunas escenas de interior, con adolescentes en situación de lectura, de reposo o durmiendo.
Hay una relación entre estos dibujos y otros realizados años atrás sobre estas mismas chicas cuando eran nenas. Supongo que hay una búsqueda en relación al paso del tiempo, al movimiento, a lo incierto, al cambio, a aquello que está entre dos cosas: ese momento entre el sueño y la vigilia en que queda cuestionado el concepto de lo real, el cambio que se produce después de alguna lectura que nos conmueve y nos hace ver el mundo desde una óptica diferente.
Por otro lado estás escenas armadas en el living de mi casa a modo de puesta teatral, fotografiadas y luego dibujadas a partir de las fotografías, intentan revivir o recrear la adolescencia junto a mis hermanas, esos momentos de ocio o de lectura. Colabora con esta idea la presencia del libro como objeto físico y no digital, que habla más de mi adolescencia que de la actual. Aunque, por su contenido, los libros representados no remiten a aquella época, sino más bien a algunos de mis intereses actuales en la pintura o la literatura: Balthus, Hockney, Henry James, quienes han cambiado mi manera de percibir y mirar.
Finalmente está mi interés por el retrato, más como un género de identificación universal que individual. No hay una pretensión del parecido, más bien una identificación con la situación de ocio o de lectura. En algunos trabajos, en que los personajes están apenas bosquejados, me interesa la búsqueda del gesto, de la inmediatez, de esa necesidad de andar liviana, de entender la vida esencialmente como presente, como instante.
Silvina Resnik
Buenos Aires, junio 2015